sábado, 28 de noviembre de 2015



Me ha gustado mucho Los supervivientes, de Jimina Sabadú. Y me ha gustado también mucho El comensal, de Gabriela Ybarra. Los he leído uno a continuación del otro. Y, a lo mejor por eso, me ha parecido que tienen cosas en común, aunque no tengan, en realidad, mucho que ver. Me ha parecido que, en el fondo, en ambos se habla del duelo, ese tiempo de dolor y desajuste en el que nos acostumbramos a la ausencia de quien muere. Ybarra lo hace de manera literal: la muerte de su abuelo, asesinado por ETA, y la muerte de su madre tras una metástasis brutal. Jimina, creo, construye una metáfora, su luto no es por quien muere, sino por los que sobreviven, a pesar de los daños. El comensal está escrito con una desnudez y una contención admirables, quirúrgicas y heladoras. No sobra nada. Ni falta nada, tampoco. En Los supervivientes hay una mirada más cálida, pero también Jimina aplica el bisturí con pulso firme, también juega con la elipsis y sabe cómo contar más con sus silencios que con palabras superfluas. Gabriela Ybarra escribe, eso sí, en una primera persona estricta, reconstruye hechos públicos y trabaja con confidencias privadas, casi impúdicas en su privacidad, a veces. El resultado es extraño, conmovedor y, sobre todo, turbador. Jimina Sabadú, desde su tercera persona, juega con el punto de vista y sabe medir los tiempos y decir lo justo de cada personaje. Es hábil a la hora de armar la narración, y su prosa resulta cercana, se reconocen ritmos y cadencias que uno escucha en la calle, maneras de hablar. En ambos casos, la sensación que queda tras la lectura es de amargura. Quizá es una amargura abstracta, indefinida o, más bien, impersonal, en el caso de El comensal, y una más efectiva, por así decir, la que transmiten las páginas de Los supervivientes. Porque en el primer caso, el duelo que se narra es muy concreto, y nos reconocemos en él si hemos sufrido alguna muerte cercana, mientras que en el segundo el dolor nos alcanza a todos, porque todos hemos estado ahí en un momento determinado, y todos, pero todos, tenemos o hemos tenido cerca a gente así, acosadores y acosados, lobos o corderos: supervivientes. El colegio como antesala de un infierno cutre, en el que se perpetúan los mismos roles, las mismas miserias, un infierno como de provincias que dura toda la vida.


De Gabriela Ybarra no sabía nada. Esta es su primera novela, si no me equivoco. Creo que merecerá la pena estar atento a lo que pueda escribir de ahora en adelante. De Jimina había leído ya cosas, una primera novela (Celacanto) que ya me gustó, pero no tanto como Los supervivientes, y algunos cuentos que también disfruté mucho, así que no hace falta decir que espero con ganas lo próximo que vaya a hacer.

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