martes, 7 de abril de 2015



Ediciones La Cúpula cumple 35 años, y yo me acuerdo todavía de la impresión que me produjo la lectura del primer número de El Víbora: eso era vértigo del de verdad, sin tonterías. Era una época convulsa de gustos y lecturas, de la Marvel a Valentina sin pestañear, y luego Toutain y sus revistas, Corben, otra vez Marvel, pero Moebius y, claro, Caza o Corto Maltés. Un no parar, de sorpresa en sorpresa. Pero lo de El Víbora era distinto, era muy fuerte, era muy fresco y muy rabioso. Era muy OTRA COSA.



Y después de 35 años, echo la vista atrás y el listado de gente que viene asociada a La Cúpula y su historia es de matrícula de honor. Nazario, Max, Gallardo y Mediavilla, Pons, Onliyu, Martí. Pero también Crumb o Shelton. Mariscal. Unos italianos maravillosos: Carpinteri y Liberatore, Tamburini, Mattotti, Andrea Pazienza. Publicaron manga antes de que supiéramos qué era eso del manga, y nada menos que al maestro Tatsumi. Charles Burns. Los hermanos Hernández.

Por no hablar de personajes que se convirtieron en iconos, de una u otra forma, un poco en la tradición de Bruguera, más que la del tebeo franco-belga, pero con un torrente de ácido sulfúrico corriéndoles por las venas: Gustavo primero y Peter Pank después, ambos de Max. El Niñato, el tío Emo y toda la panda creada por Gallardo y Mediavilla. (Y aquí viene al caso mencionar la maravillosa inventiva verbal de que hacían gala autores y personajes, cómo recogían el habla callejera y la transformaban y reinventaban, la hacían suya, personal y característica.) 



Pero es que, además, ese momento inolvidable: el golpe del 23F y, al poco tiempo, a toda prisa, un especial de El Víbora. A pie de barricada.



35 años han dado para mucho. Y me alegra ver que, tras un tiempo de incertidumbre en el que todos nos temimos lo peor, La Cúpula sigue ahí, ensayando caminos nuevos y arriesgándose. Sorprendiendo.

Por muchos años, espero.

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